sábado, 27 de febrero de 2010

“A Capela”


¿Quién no ha escuchado esa expresión?. Para la gente con un mínimo conocimiento musical A cappella significa “sin acompañamiento musical”, sin embargo, en el lenguaje popular chileno -el cual siempre tiende a torcer a la RAE hasta el punto de dejar los significados a la altura de la pelvis- este término se refiere a hacer las cosas sin tomar las debidas precauciones, en buen chileno “Sin condón, así no má”. No piensen mal, este artículo no es para hablar del viejo ejercicio del “mete y saca”, por el contrario, quiero analizar un poco hasta que punto esa maldita frase cala hondo en nuestra idiosincrasia, convirtiéndose en el principal mandamiento que rige a la ingeniosa raza resultante del mestizaje entre mapuche guerrero y el español delincuente. Escrita con vino tinto por el mismo Baco, y entregada directamente a los conquistadores Americanos, la máxima “A Capela” se ha esparcido como una peste por todos los países de nuestro pueblo Latinoamericano, en éste articulo me referiré sobretodo a mi querido Chile –para los bananeros tendré mis palabras en otra ocasión-. No cabe duda de que en éste país habitan millones de amantes de la improvisación, somos todos actores amateur del teatro social en donde nos desempeñamos diariamente. Vamos abriendo camino por la selva de la vida a punta de machetazos, sin caer en cuenta de que hay gente que ya ha abierto senderos por los que podemos circular, mas no los seguimos, porque eso significaría informarse, reflexionar, generar una idea, por ende significaría prepararse, prever posibles contingencias, cuestión que por ningún motivo pasa por nuestras cabezas. En Chile, en todos los ámbitos nos damos cuenta de que seguimos la premisa de “para qué vamos a hacer las cosas bien, si podemos hacerlas como la mierda”. La cultura de lo incompleto, de puentes que se caen, de hospitales de cartón, de leyes que casi desaparecen entre tanto vacío legal, de vacaciones sin programar, de grifos ubicados en cualquier parte, de casas que se llueven, de no llevar paraguas, de no echarle suficiente bencina al auto, de compras navideñas de última hora, etc…la lista es inacabable. Sin embargo, tiene su mérito hay que reconocer que la improvisación es un valioso recurso en que se estimula la creatividad, y en eso los chilenos somos expertos, porque se nos da bien “la pillería”. Uno llega a sentir simpatía por aquellos truhanes del linaje de Pedro Urdemales que pululan por todo el territorio nacional, pero si nos ponemos a pensar un poco más allá de la “chacota”, la pillería para el chileno significa cagarse al otro y/o cagarse al sistema. Por ejemplo, cuando uno cuelga un teléfono público, en el caso de que no contesten, el teléfono lógicamente debería devolver la moneda. ¿Cierto? Probablemente les ha pasado, de que la moneda no cae, y la razón de ello no radica en una conspiración de las compañías de teléfono -las cuales nos asaltan con impunidad y a rostro descubierto cada vez que pueden- si no que la causa recae en una trozo de esponja que un delincuente de la baja jerarquía diseñó y dispuso en el agujero de extracción de las monedas, con tal de secuestrar todas las devoluciones. Podría citar miles de ejemplos sobre la pillería, pero no es el caso. Por lo tanto, si agregamos el genio creativo al plato, podríamos decir que somos Artistas de la Improvisación, y quizás por eso jamás nos aburrimos de ello, aunque nos signifique vivir en una sociedad mediocre. Nos gusta improvisar porque despierta las emociones más profundas de nuestro ser, las de sentirnos originales, de ser exploradores de áreas yermas, de correr el riesgo. Funcionamos como una banda de jazz, tenemos libertad en la interpretación, que es lo que le da atractivo a esta música. Ese riesgo que acometen los músicos en el jazz es pasión renovada, un nuevo punto de vista en cada interpretación, nuevas sensaciones, por eso no pasa de moda, porque es imposible oír tocar el mismo tema dos veces sin oír nada nuevo. Ahora bien, a algunos les gusta el jazz y otros lo odian, lo mismo pasa con la improvisación. Yo en lo personal concuerdo más con Shakespeare y creo que las improvisaciones son mejores cuando se las prepara, sobretodo cuando la mayoría no son buenos jazzistas.

Hacemos muchos regalos, pero..


No muchos que realmente lleguen a serlo. Recuerdo haber recibido tanta ropa en mi vida y cosas poco reconocibles que ya son incontables, pero si recuerdo la cara de la persona entregándome los regalos y así tenían mucho más sentido, que bueno, otras cosas.

Mis recuerdos son mejores regalos de mi familia que el objeto mismo que varias veces perdí.

Dedicadamente buscamos en otros lugares algo que exprese ese sentimiento retorcido y pocas veces entendido sobre una persona, hasta de nuestra misma pareja durante años.

¿Qué regalo sería la viva imagen de mi amor por ella? En afán de esta interrogante nos movemos y movemos al resto, buscando, sufriendo, puesto ninguno nos deja totalmente satisfechos y he ahí el miedo a no gustar, cuando dejamos de lado que el regalo fue el gesto, la dedicación y el tiempo; cosas que hasta en cantidad son más que el presente mismo; vaya, si supiéramos que fácil es hacer un regalo. No digo que para mi lo sea, pero en cambio ya derroté la idea insistente de buscar en otro lugar aquello que llevo dentro mío, que es único, como una huella digital o como cada gen humano. El amor de uno al resto es diferente, porque en cada sujeto se revela distinto y yo creo que cerrando mis ojos lo veo. Así es más fácil para mi llegar con esa frase "Espero te guste, pensé que este color, o tu talla, sabor, gusto o favorito... serían estos" Pues estuve horas pensando y regalando desde antes de llegar al final.

Y hoy, mi regalo son estas palabras